-¡Toda tu reput... aaargh...! ¡Quiero a mi mamAaaarrrgh...!
Para las siete de la tarde del domingo yo me retorcía de dolor de estómago. Había ido a despejarme un rato al centro comercial cerca de la casa que no tiene gran cosa, pero en cuanto mis entrañas empezaron a punzar, decidí irme, comprar fruta de paso y lloriquear como una nena en la cama.
Cumpliendo con el plan recordaba que al principio no distinguía si el dolor venía del estómago, del hambre o del vientre, pero al cumplir los cuarenta minutos de quejidos, decidí que debía hacer algo. Le hablé a mi madre por consejo y tomé las pastillas de la última vez, negándome rotundamente a ir al médico.
Enfermarse y vivir sola es una real porquería.
Me hice bolita en un gabán y comencé a sudar, sentir frío en los pies y la boca secarse. Quería un golpe de voluntad y levantarme a cerrar la ventana, poder levantarme de la colcha y acostarme entre las sábanas como era debido. Quería agua.
"No tengo ni quién me dé un triste vaso de agua".
Esperé quince minutos, tomé fuerza y me levanté a cerrar la ventana; aprovechando la energía bajé las escaleras a tentones con los gatos detrás de mí e hice lo posible por tomar una botella de agua. Creo que sólo he sentido una desesperación así de grande hacia mis dedos cuando toco el piano, porque simplemente no podía tomar la botella con fuerza.
Lo supe en cuanto volteé. Necesito vomitar. Pasaron veinte minutos y mucha autoterapia para aceptarlo cuando me tomé el cabello y procedí.
Debería sentirme mejor. Pastillas, agua, post-vómito.
La noche apenas comenzaba y yo sólo me imaginaba que si fuera a morir me pudriría hasta el siguiente fin de semana que mi hermana fuera a verme.
"Los gatos me van a comer".
El lunes no fui a la escuela. Y yo que tenía trabajos pendientes para entregar.
Lamentablemente, para mí sólo los fines de semana se detiene el tiempo, en cuanto inicia la semana todo el tiempo está repartido y cualquier retraso sólo significa menos sueño y más estrés.
En la tarde hice las tareas que necesitaba e intenté estudiar lo que mi débil cuerpo pudo.
Cuando llegó el día de mi clase de piano supe por mi confianza que seguramente todo iba a salir del carajo.
-¿Qué pasa?- me dijo Carmen al salir. Es tan extraño que se preocupe porque esté cómoda con la clase, comparado con el gran patán insensible al que estaba acostumbrada.
"¿Estoy deprimida porque apesto?"
Por costumbre al salir sólo quería recostarme en Rodrigo y nenear. Pero Rodrigo no está. A apechugar.
El siguiente iba a ser un día mejor, entraba más tarde, mi estómago estaba mejor y tendría tiempo para estudiar en la mañana y compensar estos días de cuidar a mi sobrino en vez de practicar, quizás limpiar un poco el chiquero que tengo por casa.
Pensé que ya era suficiente de abstinencia lolita, y que si la vez anterior había tenido éxito el usar un petticoat, esta vez podría salirme con la mía nuevamente.
Terminé de estudiar e intenté tomar alguna foto del coordinado. Eran las diez apenas, no tardaría más de diez minutos y saldría.
Vi el reloj. 10:15, la clase era a las once y tenía tiempo de llegar. Caminé hasta la parada y vi el reloj del celular. 10:58.
¿Pero qué dem...?
El reloj se había atrasado y no había forma de que yo llegara en dos minutos a la escuela. Subí al autobús decepcionada.
¡La puta que te...! ¡La tarea de historia...!
Visualicé la USB acostadita en la mesa "para que no se me olvidara".
Hace un montón que no me tomaba fotos. Volvemos a esta onda de que no sé cómo posar y hago estupideces en la cámara. Perdón u ´ u!
Comencé a leer Estudio en Escarlata el día que me enfermé, y fue mi alivio durante los trayectos en los camiones. Ahora que finalmente el misterio se desenvolvía, apenas podía quitar la mirada de las conjeturas de Sherlock y la fascinación de Watson.
Un par de chicos se subieron al autobús. Uno alto, rubio, de ojos de un verde clarísimo y en su cara una clara genética extranjera; al otro quizás le faltaba el nopal en la frente (no me fijé bien si lo traía). El español del primero tenía un acento de persona aprendiendo el idioma, el otro chico lo asesoraba en las frases con algo de superioridad. Miré a ambos de reojo, y aunque ellos notaron mi mirada no percibieron mi "cállense y déjenme leer". Los tres estábamos de pie, y el sujeto rubio comenzó a cantar en mi oído (¿se supone que era romántico? Sólo pude pensar "cáaallate, güeeeey"), el otro sólo hablaba y hablaba, hasta que ambos decidieron mirarme leer.
-I finich... uh ... ridin. -dijo en lo que él pensaba sería un código secreto, un inglés malísimo en el que apenas podía articular frases. Rió y añadió- Chench de peish.
Su amigo no parecía entender, sin embargo él seguía riendo y el otro sólo me miraba y cantaba. Todo parecía sacado de una escena de Beavis and Butthead. Me esforcé por seguir las líneas en el libro y al momento en el que el políglota amigo dijo "deberíamos conseguir libros mormones", Jefferson Hope veía morir y retorcerse en el suelo a un mormón fastidioso y vil.
Esta vez fui yo la que reí.
Lo miré por el rabillo del ojo y le regalé una cínica sonrisa.
Dos cuadras después bajaron sin hacer ruido.
TODO LO QUE QUIERO PARA LA TERCERA TEMPORADA. JESUSAURIO ME AMPARE.
Hoy termina la semana activa. Chopin sigue negándome su amor, Debussy me golpea en la cara, mis dedos no responden, acepté audicionar para un trabajo del que no sé nada (Rodrigo tira paro ai nid yu :c), necesito sacar repertorio de barroco y clásico con violines además de unas piezas con un flautista, pagar la luz, lavar una pila de ropa, comprar la arena de los gatos, pero sobreviví. Carajo que sobreviví, y planeo seguir haciéndolo la próxima semana también.